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Perpetuo Socorro

TEXTO BÍBLICO 
34 Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había dejado callados a los saduceos, se reunieron en torno a él. 35 Entonces uno de ellos, que era maestro de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: 36 «¡Maestro!, ¿cuál es el mandamiento más importante de la Ley?». 37 Jesús le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente; 38 este es el más importante y el primer mandamiento. 39 El segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. 40 De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas».

¿Qué dice el texto?
Algunas preguntas para una lectura atenta

  1. ¿Qué intención tienen los fariseos para con Jesús?
  2. ¿Qué pregunta el maestro de la ley a Jesús y qué le responde Jesús?
  3. ¿Te suena de algún libro del Antiguo Testamento la respuesta de Jesús?
  4. ¿Qué relación hay entre el primer y el segundo mandamiento?

¿En concreto, cuáles son los tres sujetos que Dios nos manda amar Dios?

Algunas pistas para comprender el texto:

Mons. Damián Nannini Después de fracasar en su intento de atrapar a Jesús con la cuestión del tributo al emperador (el evangelio del domingo pasado); ahora los fariseos se reúnen para confabular contra Él. Por tanto, la intención de la pregunta es también aquí maliciosa.

La tentación o trampa de la pregunta del doctor o especialista de la Ley está en pedirle a Jesús que tome posición sobre un tema debatido por aquel tiempo. Ante todo, debemos recordar que los rabinos contabilizaban un total de 613 mandamientos, cifra que resultaba de la suma de los 248 preceptos y 365 prohibiciones presentes en la Torá (Pentateuco). El debate se centraba entonces en la posibilidad de distinguir entre preceptos “grandes” y “pequeños”; y en la gravedad de la falta que derivaba de su incumplimiento. En general el grupo de los fariseos pensaba que todos los mandamientos eran importantes y debían ser cumplidos con extrema fidelidad. Otros, en cambio, reconocían cierta jerarquía en los mandamientos y en las exigencias de su cumplimiento. Además, debatían sobre la existencia de un mandamiento que fuera el principio fundamental o regla de oro del comportamiento del judío fiel. La pregunta que el fariseo dirige a Jesús va sobre todo en esta última línea: “¿cuál es el mandamiento grande de la Ley?” (Mt 22,36).

Jesús responde en primer lugar citando Dt 6,5: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente». Este texto forma parte del pasaje de Dt 6,4-9, que juntamente con Dt 11,13-21 y Nm 15,38-41, integran el famoso Shemá Israel (Escucha Israel), oración que desde finales del s. I no han dejado de rezar mañana y tarde los judíos observantes. Este texto expresa el imperativo de amar a Dios con la totalidad de la persona, con todas las fibras interiores y sin reserva. Jesús señala a continuación (22,28) que éste es el mandamiento grande; y precisa que además es el primer mandamiento.

Luego enuncia un segundo mandamiento, semejante a este, y cita Lev 19,18: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Este versículo pertenece al Código de Santidad (Lv 17-24), llamado así por cuanto el fundamento teológico que da a todas sus prescripciones es “Ustedes serán santos, porque yo, el Señor su Dios, soy santo” (Lv 19,2). Justamente el capítulo 19 del Levítico contiene varias normas de índole más bien social, donde resaltan la del amor al prójimo y la del rechazo de la venganza. Ahora bien, la insistencia en la primacía de la santidad de Dios indica que para el Levítico el verdadero fundamento del amor al prójimo es el amor de Dios. No lo dice tan explícitamente como Jesús en el evangelio, pero es claro que la presencia del Dios Santo en medio de su pueblo es la que motiva el trato fraterno entre sus miembros.

Notemos que aquí no se exige un amor de totalidad y exclusividad como en el primer mandamiento; sino que la referencia es a uno mismo. Es decir, que tenemos que amar al prójimo del mismo modo, así como nos amamos a nosotros mismos.

En cuanto a la relación entre estos dos mandamientos es clave definir qué alcance tiene la expresión “semejante”. Podríamos entenderlo en el sentido que el segundo mandamiento es comparable al primero, aunque no idéntico. Por tanto, ambos mandamientos tienen una estrechísima relación, pero se mantiene todavía una diferencia de orden por cuanto uno es el primero y otro el segundo, como claramente lo dice el texto.

Jesús termina afirmando que “de estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas”. Por tanto, toda la revelación de Dios, todo lo que Dios nos enseña para vivir (“la ley y los profetas”) pende, está colgado, de estos mandamientos como de su principio superior pues son su hilo primordial. Todos los demás mandamientos están conectados con el amor a Dios y al prójimo y se

ordenan a estos.

¿Qué me dice el Señor en el texto?

En estos tiempos de pandemia hemos escuchado hablar mucho de cuáles son actividades “esenciales” e indispensables que se puede hacer; y de cuáles no lo son. El evangelio de hoy nos dice claramente cuáles son los mandamientos “esenciales” de Dios y en los cuales se puede resumir o concretar todo lo que Dios nos pide vivir. Y es muy importante esto porque la búsqueda de la unidad y de la simplicidad es una tendencia en todos los órdenes de la vida, incluido el de la vida espiritual. Más aun, podemos decir que todo proceso de maduración en la vida conduce a una mayor simplificación o concentración en lo esencial y fundamental. Por ello, no está de más recibir también nosotros con un corazón abierto la enseñanza de Jesús sobre el “mandamiento mayor” que es el amor a Dios; y el segundo que le sigue y depende de él que es el amor al prójimo como a uno mismo. Recordemos que “el amor es el vínculo de la perfección” (Col 3,14) y “la plenitud de la ley” (Rom 13,10). Más aún, como también dice San Pablo, si no hay amor, caridad, mis obras, aún las más extraordinarias, no valen nada (cf. 1Cor 13,1-3). Por tanto, es justo y necesario un permanente examen de amor y sobre el amor en nuestras vidas. Tenemos que preguntarnos si el amor es lo más importante y esencial en nuestra vida. Y también comparar el “orden” de nuestros amores con el que nos propone Jesús: primero amar a Dios con todo nuestro ser. Y alimentados de este amor, tenemos que amarnos a nosotros mismos; y así como nos amamos a nosotros, así tenemos que amar a nuestro prójimo.

Sobre este evangelio decía el Papa Francisco en el ángelus del 29 de octubre de 2017: “Respondiendo a aquellos fariseos que le habían preguntado, Jesús intenta también ayudarles a poner orden en su religiosidad, a reestablecer aquello que verdaderamente cuenta y aquello que es menos importante. Dice Jesús: «De estos dos mandamientos penden toda la ley y los profetas» (Mateo 22, 40). Son los más importantes y los demás dependen de estos dos. Y Jesús vivió precisamente así su vida: predicando y obrando aquello que verdaderamente cuenta y es esencial, es decir, el amor. El amor da impulso y fecundidad a la vida y al camino de fe: sin amor, tanto la vida como la fe permanecen estériles.

Aquello que Jesús propone en esta página evangélica es un ideal estupendo, que corresponde al deseo más auténtico de nuestro corazón. De hecho, hemos sido creados para amar y ser amados. Dios, que es amor, nos ha creado para hacernos partícipes de su vida, para ser amados por Él y para amarlo y para amar con Él a todas las demás personas. Este es el «sueño» de Dios para el hombre. Y para realizarlo necesitamos de su gracia, necesitamos recibir en nosotros la capacidad de amar que proviene de Dios mismo. Jesús se ofrece a nosotros en la Eucaristía precisamente por esto. En ella nosotros recibimos a Jesús en la expresión máxima de su amor, cuando Él se ofreció a sí mismo al Padre para nuestra salvación.”

Continuamos la meditación con las siguientes preguntas:

 ¿Tengo claro lo que es prioritario y esencial en mi vida cristiana?

  1. ¿He podido amar a Dios con la totalidad de mi ser?
  2. ¿Comprendo que Dios me ama y me pide que me ame a mí mismo?
  3. ¿Cómo y cuánto me amo a mí mismo?

¿Amo de la misma manera a mi prójimo?

¿Qué le respondo al Señor que me habla en el texto?
Gracias Jesús por tu amor esencial.

Sé vos mismo con Tu Palabra Quien me oriente.

Que ya no geste desamores.

Quiero amarte con todo lo que soy.

Quiero amarme y desde allí amar sin reservas.

Amar en serio y no a medias.

Amor de los amores, enséñame a amar comprometidamente.

Amén.

¿A qué me comprometo para demostrar el cambio?

Durante esta semana me propongo tener un gesto de paciencia conmigo mismo, un gesto de caridad con un hermano de comunidad o un familiar y un gesto de alabanza al Padre.

“No podemos dar amor a los hermanos si antes no lo recibimos de la fuente auténtica de la caridad divina, y esto sucede sólo después de tiempos prolongados de oración, de escucha de la Palabra de Dios”. San Juan Pablo II.

 

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